de Trío a Sexteto

junio 1, 2012

Emana de esta obra una indudable
vocación arquitectónica, un feliz sacrificio del caos y la exploración en favor
de la concisión y la lógica narrativa de las diferentes piezas biográficas que le
dan cuerpo. Jerónimo es el líquido que engrasa el motor emocional de esta
música viva, romántica y reflexiva, de amaneceres urbanos y crepúsculos, de
neblinas y chubascos. Su poesía es elevada y nos eleva, pero jamás resulta
pretenciosa.

 

Los arreglos priorizan el color general
sobre los detalles, pero también deparan pequeños dibujos llenos de brío, como
los que improvisan Gonzalo Fernández de Larrinoa, Rubén Salvador o Julen
Izarra, con un tono que rebosa esperanza. Sus voces se someten y desordenan en
armonía, como en los vinilos del Mingus más vulnerable, o el Charlie Haden de
las grandes formaciones, con el sólido impulso rítmico de Hilario Rodeiro y
Javier Mayor, que insuflan aliento y carácter.

 

Jerónimo Martín no reclama protagonismo
para sí, su piano simplemente delimita el esbozo fundamental, como una voz en off que describe el escenario a
grandes rasgos o declama los pasajes más íntimos en primera persona.

 

A medida que avanza el disco, las
certezas se acaban imponiendo sobre las dudas hasta completar un conjunto paisajístico
y coherente, que bebe del folklore (Tívoli),
se inspira en una estética clásica y tal vez ni siquiera sea jazz, al menos como lo concebiría un
afroamericano. El meollo de esta música no es su propio swing, ni la libre interacción. Su fin último no es sino acompañar
al oyente a través de una historia expresada con un estilo casi sinfónico, que
evita la afectación imponiendo conscientemente el sentido sobre el sentimiento,
pero sin renunciar a las emociones que le son propias: la esperanza (Claridad), la autocompasión (5 de Mayo), el temperamento desatado (Obertura) o la felicidad de saberse
simplemente vivo (Tutto per amore).

 

Quinoa transciende porque impregna. Como los olores de la ciudad que
evoca Antonio L,ue evocas de la ciudad
semáforoaproximada de ópez, la ciudad que late en cada semáforo y en
algunas despedidas en Cinemascope.

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